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miércoles, 9 de septiembre de 2015

ABIERTA LA PUERTA AL DIVORCIO EN LA IGLESIA.
«Y por cuanto en vuestro Foro 
predominan las causas matrimoniales, la 
Sagrada Rota Romana tiene la 
gloria de ser el Tribunal de la 
familia cristiana, humilde o noble, rica 
o pobre, en la cual entra la justicia 
para hacer triunfar la ley divina en 
la unión conyugal, cual defensora 
del vínculo indisoluble, de la plena 
libertad del consentimiento en la 
unidad de vida, de la santidad del 
sacramento. Por ello vosotros, con 
cuidado muy atento, examináis y 
ponderáis las declaraciones de las 
partes, los testigos, las relaciones de los  
peritos,  los documentos, los indicios, 
fin de lograr descubrir posibles
 fraudes y para impedir así la 
violación de un tálamo bendecido
en que el Creador puso la fuente de la 
multiplicación del género humano, de los 
compañeros de los bienaventurados 
ángeles hasta la consumación de los 
siglos, cuando los innumerables grupos de 
hijos de Adán se presentarán ante el 
Tribunal de Cristo, juez de vivos y de 
muertos, para dar cuenta de sus obras, 
buenas o malas» (Pío XII - De  la 
Alocución Mentre il tumulto, a  la Rota 
 Romana, en la Inauguración del  
Año  Jurídico, 1 octubre 1940).

Jesús sólo dio a Pedro las llaves de la Iglesia. No son los Obispos los que deciden en el asunto de la anulación de un matrimonio. Es el Papa, con su Tribunal Romano, el que da validez o anulación a un matrimonio.
Por eso, los juicios de los Tribunales ordinarios sobre un matrimonio pasan a otro tribunal, a otra instancia superior, que dé valor a lo juzgado por el Obispo. El juicio de un Obispo, en materia de anulación de un Sacramento, no es la llave de la Iglesia. Esto es muy importante a tener en cuenta. No se está hablando de la potestad de juzgar la conciencia interna de una persona, sino de la potestad de anular un vínculo que pertenece a dos personas y que constituye su vida matrimonial, que es el camino de salvación en sus vidas.
En el juicio sobre la nulidad o validez del matrimonio hay que observar todos los trámites por la suma gravedad y trascendencia de este asunto. Tiene que ser minucioso. Debe llevar su tiempo. Y, por eso, no es posible un proceso breve. No existen casos «en que la nulidad esté sostenida por argumentos particularmente evidentes» (Bergoglio), porque siempre se ha de suponer que existe el vínculo matrimonial. Siempre.
Nunca es evidente una anulación matrimonial.

«Vuestro primer afán de servicio al amor será,pues, reconocer el plen valor del matrimonio, respetar del mejor modo posible su existencia, proteger a quienes ha unido en una sola familia. Sólo por razones válidas y por hechos probados se podrá poner en duda su existencia y declarar su nulidad. El primer deber que os incumbe es el respeto al hombre que ha dado su palabra, ha expresado su consentimiento y ha hecho así don total de sí mismo» (Juan Pablo II – Del Discurso Sono lieto, a la Rota Romana, en la Inauguración del Año Jurídico, 28 enero 1982).
El primer afán de todo juez eclesiástico es reconocer que existe un matrimonio, a pesar de todos los problemas que se vean en esa familia. Hay que proteger el Sacramento del Matrimonio. No hay que destrozarlo con estas reformas, propias de un hereje, de un apóstata  y de un cismático.
Razones válidas y hechos probados: no hay nada evidente, no hay argumentos particularmente evidentes. Todo lo que traiga la pareja hay que ponerlo a discusión, porque hay que proteger el vínculo matrimonial, que es lo más sagrado  y divino en los cónyuges.
Se ha reformado el código para esto: para meter la trampa del divorcio.
Se ha anulado el Canon 1676, que decía: «Antes de aceptar una causa y siempre que vea alguna esperanza de éxito, el juez empleará medios pastorales para inducir a los cónyuges, si es posible, a convalidar su matrimonio y a restablecer la convivencia conyugal».
Porque ya no hay que convencer a los cónyuges que están casados, que el vínculo del matrimonio es para siempre y que, por tanto, ni los problemas de la vida ni los pecados son causa para romper un matrimonio.
Se ha reformado con esta nueva ley: «El juez, antes de aceptar la causa, debe tener la certeza de que el matrimonio fracasó irreparablemente, de modo que sea imposible restablecer la convivencia conyugal» (Can 1675).

Fuera proselitismo, fuera predicación del Evangelio, fuera conversión del alma. Se exige la certeza de que ese matrimonio no sirve para nada. El matrimonio fracasó. Ya el fundamento del juicio no es el vínculo. No se comienza porque existe un vínculo. Es sólo un matrimonio roto, irreparable. Por lo tanto, abierto el camino para encontrar una nulidad lo más pronto posible, porque los dos están sufriendo mucho y quieren casarse de nuevo y comulgar.
Es llorar por la vida de los hombres, pero condenando las almas a la oscuridad del pecado, justificando sus pecados.
Se ha perdido la figura del defensor del matrimonio: la Rota Romana es un tribunal que defiende el vínculo matrimonial, no que anula matrimonios. Esta es la grandeza de la Rota, que Bergoglio se la ha cargado.
Ahora, son los Obispos los que atacan el vínculo, los que anulan matrimonios,con un tribunal de tres jueces: un clérigo y dos laicos. Gente experta en ciencias jurídicas o humanas (Cf. Can 1673, § 3 y § 4). Ya no son abogados eclesiásticos. Son abogados civiles que también tratan asuntos eclesiásticos. Y es el juez principal un sacerdote, que no tiene potestad para juzgar porque no posee la plenitud del sacerdocio.

Esto es muy grave, porque lo civil de un matrimonio sólo pertenece al juez civil; lo eclesiástico al juez eclesiástico. Bergoglio junta las dos cosas. Señal de que, en su mente, el matrimonio es sólo un asunto humano, que se resuelve por caminos humanos.
Y tanto que habla que son los Obispos los jueces y, después, pone al frente del tribunal a un clérigo para resolver los anulaciones más breves.
Ha puesto algo nuevo: «El tribunal de segunda instancia para la validez debe ser siempre colegial», es decir, no hay que ir a Roma para liquidar un matrimonio. Es suficiente que en el Obispado se halle otro tribunal para que dé validez al matrimonio, en caso de apelación.
Sólo hay una sentencia: «La sentencia que por la primera vuelta ha declarado la nulidad del matrimonio… se convierte en ejecutiva» (Can 1679). Ya los cónyuges no tienen que esperar el juicio de una instancia superior, como la Rota, y pueden casarse, si quieren con otra persona.  Es ejecutiva. Es un hecho la anulación en primera instancia.
Si apelan, entonces se constituye otro tribunal que resuelva la apelación. La Rota Romana ha dejado de existir. Ahora sólo queda la Sede Metropolitana:«Conviene que se restablezca el recurso a la Sede del Metropolitano ya que ese oficio de cabeza de la provincia eclesiástica, estable a lo largo de los siglos, es un signo característico de la sinodalidad de la Iglesia»(Bergoglio).
Es la cuestión de la Sinodalidad, es decir, del cisma. Los Obispos, que se juntan en un Sínodo, para votar por la opinión más bonita y agradable para todos.
Hay que recurrir al Obispo, no al Papa. El Papa, con Bergoglio, es sólo una figura vacía, una carcasa sin vida, un monstruo de dos cabezas.
«Es conveniente, de todas formas, que se mantenga el recurso al Tribunal ordinario de la Sede Apostólica, es decir a la Rota Romana, respetando un principio jurídico antiquísimo, para que se refuerce el vínculo entre la Sede de Pedro y las Iglesias particulares, vigilando sin embargo, en la disciplina de dicho recurso, para contener cualquier abuso de derecho para que no se perjudique la salvación de las almas»(Bergoglio).
¿Ven la desfachatez de la mente de este hombre?
Es conveniente que se mantengan las formas exteriores, pero que en la práctica no se cumplan: hay que vigilar la disciplina de dicho recurso, para que no sea como ahora, que todo va a la Rota.
No hay que perjudicar la salvación de las almas.
Es decir, no hay que perjudicar la nulidad rápida, el proceso breve, en donde cualquier sacerdote, sin examinar los casos, puede resolver:
«el recurso a los hechos y circunstancias de las personas, apoyadas por testimonios o documentos, que no requieren de una investigación o de una instrucción más completa, y que pone de manifiesto la nulidad»(Can 1683).
Si los dos dicen que su matrimonio es nulo, y lo apoyan con hechos, con documentos, con testigos, entonces no hay que investigar más. Ni siquiera si esos documentos son verdaderos o falsos. Es el testimonio de los dos. Eso vale.
Esta es la desfachatez de este hombre: habla de salvación de las almas y las está condenando al infierno.
«Por ello vosotros, con cuidado muy atento, examináis y ponderáis las declaraciones de las partes, los testigos, las relaciones de los peritos, los documentos, los indicios, a fin de lograr descubrir posibles fraudes y para impedir así la violación de un tálamo bendecido…».
¿Dónde queda esta enseñanza de Pío XII con Bergoglio? En la basura.
Hay que examinar y ponderar todas las declaraciones, todos los documentos, todos los testigos. No es posible un proceso rápido.
Esta es la verdad que anula Bergoglio.
La Sagrada Rota Romana tiene la gloria de ser el Tribunal de la familia cristiana, porque todos los casos matrimoniales pasan por Ella. Porque es un tribunal que no anula matrimonios, sino que vela por todos los matrimonios.
Ahora, los tribunales de la familia serán compuestos por personas del pueblo que no tienen ni idea de lo que es el vínculo matrimonial, y que se dedican a romperlo todo.
Bergoglio ha anulado el segundo juicio, con lo cual ha declarado el cisma en la Iglesia. Ha anulado el Tribunal de Rota, que es el sello de la Iglesia en cuestión del matrimonio.
Bergoglio ha puesto al Obispo como el que resuelve el asunto de los matrimonios: él mismo está declarando que no es Papa de la Iglesia Católica, que no posee la Mente de Cristo, que no es regido por el Espíritu de Pedro.
¿A dónde la Iglesia va a llegar?
Al cisma, el gran cisma. Cisma creado por ellos, no por los verdaderos católicos. Éstos tienen que sufrir la persecución de los herejes que se visten de sacerdotes y Obispos para declarar que la Verdad, que el Magisterio de la Iglesia, es una herejía.
Esta reforma del derecho matrimonial es una catástrofe, que indica la cancelación del vínculo matrimonial procurando el divorcio rápido en la Iglesia.
Se convierte los Tribunales ordinarios de la Iglesia en simples colegios civiles en donde se juzga el problema de la persona, pero no su vida espiritual.
«Entre las circunstancias que pueden permitir la tramitación de la causa de nulidad del matrimonio por medio del proceso más corto… se encuentran, por ejemplo: esa falta de fe que puede generar la simulación del consenso o el error que determina la voluntad, la brevedad de la convivencia conyugal….» (Art. 14).
La falta de fe que genera una simulación de la voluntad: esta es la primera mentira.
Una cosa es no tener fe; otra cosa es simular la voluntad, engañar.
Un hombre puede tener fe y no casarse, porque engañó a la hora de dar su voluntad. Su sí es un no.
El problema de la intención en la voluntad no se resuelve en un proceso corto. Es precisamente este problema el que lleva a buscar más instancias superiores para no equivocarse en el juicio.
El Sacramento del Matrimonio da la gracia a los que se casan, aunque su fe sea débil o pobre. Cuando hay intención y voluntad en casarse, siempre hay matrimonio. Porque en la Iglesia, antes de todo matrimonio, se enseña a los que se van a casar lo que es un matrimonio por la Iglesia, lo que significa ese Matrimonio para la vida de la fe.
Nadie va ignorante a un matrimonio.
Lo que impide y anula un matrimonio es la voluntad perversa de no casarse. No hay intención. Y esto hay que demostrarlo al detalle. Y lleva su tiempo muy largo.
Para que los dos se casen válidamente sólo tienen que saber que el matrimonio es uno e indisoluble, y que está abierto a la vida.
Todos conocen esto. Luego, hay muy pocos matrimonios nulos. La gente sabe a qué va al matrimonio por la Iglesia.
La falta de fe no genera la simulación de la voluntad, porque la fe no está en la voluntad, en la intención del que se casa. La persona es libre para casarse o no casarse, tenga o no tenga fe. La voluntad de la persona no depende de su fe para obrar, para elegir.
Este es el sentimentalismo propio de los modernistas: meten la mera declaración subjetiva de ignorancia o de carencia de fe para anular un matrimonio. Esto es abominable.

Esto es cerrar las puertas del Paraíso a muchos hombres y mujeres que van a buscar el divorcio rápido.
Si has fracasado en tu matrimonio entonces vive en absoluta castidad, no queriendo otra unión para tu vida. Y sólo así la comunión sacramental tiene valor.
Pero se da a la gente el camino parar vivir sus impurezas, sus lujurias, colgados de una ley infame.
El sacrificio de la castidad se anula para justificar el pecado con estas leyes abominables.
Si hay error en la voluntad, no es posible discernirlo en un proceso corto. Hay que examinar ese error, que no es en la voluntad, sino en el entendimiento, y ver de qué manera influyó en la voluntad. Y esto no lo sabe hacer hombres llenos de jurisprudencia y de humanismo. Hay que meterse en el alma, mirar un alma y ver hasta qué punto estaba influenciada por ese error.
Esta reforma de Bergoglio es anatema: va en contra del Evangelio de Cristo. Busca sólo el favor de los hombres, el agradar al mundo, el tener contento y dar felicidad a los hombres. Y eso es contrario a quien se dice Siervo de Cristo. Esto lo hace un anticristo, como Bergoglio.
¡La brevedad de la convivencia conyugal! ¿Desde cuándo esto es un impedimento para el matrimonio?
¿Los encuentros conyugales tienen que ser largos para que el matrimonio sea válido?
¿Cómo se mide esa brevedad para dar un juicio justo?
¿Cómo se hace eso en un proceso corto?
Bergoglio es un hombre sin inteligencia: necio, estúpido y loco. Un idiota que sólo sabe hablar lo que tiene en su mente humana.
Todas las circunstancias de que habla Bergoglio para permitir un proceso breve son para el proceso largo y con la Rota Romana.
«Vuestro trabajo es judicial, pero vuestra misión es evangélica, eclesial y sacerdotal, sin que pierda su carácter de humanitaria y social»(Juan Pablo II – Del Discurso È per me, al Tribunal de la Rota Romana, 30 enero 1986).
La misión de todo juez en la Iglesia es dar el Evangelio en lo que juzga, unir en la comunión con la Iglesia con los dictámenes de sus juicios y, sobre todo, salvar las almas de los que buscan la anulación del matrimonio.
Salvar sus almas, no poner leyes que conduzcan por atajos a la anulación del matrimonio.
Bergoglio dice que ha seguido las huellas de sus predecesores para impulsar esta reforma. Lo que ha seguido ha sido su mente perversa para dar esta falacia a todos.
¡Qué gran engaño para todos es Bergoglio! Y muchos todavía no quieren verlo.
Por sus obras los conoceréis.
Bergoglio es el «pastor ídolo, que será y estará donde quieren sus amos» (Valtorta). Ahí lo ha puesto la masonería, sus amos, para destrozar toda la Iglesia.

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