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miércoles, 30 de septiembre de 2015

29 DE SEPTIEMBRE FIESTA DE LOS SANTOS ARCÁNGELES: MIGUEL GABRIEL Y RAFAEL........LA CREACIÓN DE LOS ÁNGELES.





Dijo Dios:

Sea hecha la luz, y fue hecha la luz; porque no habla sólo de la luz material, sino, también de las luces angélicas o intelectuales.













Mensajes De Dios 

Al Mundo a través

 de la Venerable:

 Sor María de 

Jesús de Agreda



CAPITULO 7

* Hipostática: La unión Dios-Hombre.

Cómo el Altísimo dio principio a sus obras; y todas las cosas materiales creó para el hombre.
 Y a los ángeles y hombres para que hiciesen pueblo de quien el Verbo humanado fuese cabeza.

Causa de todas las causas fue Dios y Creador de todo lo que tiene ser; y con el poder de su brazo quiso dar principio a todas sus maravillosas obras ad extra, cuando y como fue su voluntad.

El orden y principio de esta creación refiere Moisés en el capítulo 1 del Génesis y, porque elSeñor me ha dado su inteligencia, diré aquí lo conveniente para ir buscando desde su origen las obras y misterios de la encarnación del Verbo y de nuestra redención.

 La letra del cap. 1 del Génesis dice de esta manera:

En el principio creó Dios el cielo y la tierra. Y estaba la tierra sin frutos y vacía y las tinieblas estaban sobre la haz del abismo y el espíritu del Señor era llevado sobre las aguas.


Y dijo Dios:

Sea hecha la luz, y fue hecha la luz.

 Y vio Dios la luz que era buena y dividióla y apartóla de las tinieblas; y a la luz llamó día y a las tinieblas noche; y fue hecho día de tarde y mañana (Gén., 1, 1-5), etc.
En este día primero, dice Moisés, que en el principio creó Dios el cielo y la tierra, porque este principio fue el que dio el todopoderoso Dios, estando en su ser inmutable, como saliendo de él a crearfuera de sí mismo a las criaturas, que entonces comenzaron a tener ser en sí mismas y Dios como a recrearse en sus hechuras, como obras adecuadamente perfectas.

Y para que el orden fuera también perfectísimo, antes de crear criaturas intelectuales y racionales, formó el cielo para los ángeles y hombres y la tierra donde primero los mortales habían de ser viadores; lugares tan proporcionados para sus fines y tan perfectos, que, como David (Sal., 18, 2) dice, los cielos publican la gloria de Dios, el firmamento y la tierra anuncian las obras de sus manos.

 Los cielos con su hermosura manifiestan la magnificencia y gloria, porque son depósito del premio prevenido para los santos; y el firmamento de la tierra anuncia que ha de haber criaturas y hombres que la habiten y por ella caminen a su Creador.

 Y antes de crearlos quiere el Altísimo prevenirles y crearles lo necesario para esto y para la vida que les había de mandar vivir; para que de todas partes se hallen compelidos a obedecer y amar a su Hacedor y Bienhechor y que por sus obras (Rom., 1, 20) conozcan su nombre admirable e infinitas perfecciones.
De la tierra, dice Moisés, que estaba vacía, y no lo dice del cielo; porque en éste creó los ángeles en el instante cuando dice Moisés:
 Dijo Dios:
Sea hecha la luz, y fue hecha la luz; porque no habla sólo de la luz material, sino, también de las luces angélicas o intelectuales. 


Y no hizo más clara memoria de ellos que significarlos debajo de este nombre, por la condición tan fácil de los hebreos en atribuir la divinidad a cosas nuevas y de menor aprecio que los espíritus angélicos; pero fue muy legítima la metáfora de la luz para significar la naturaleza angélica, y místicamente la luz de la ciencia y gracia con que fueron iluminados en su creación.

Y creó Dios con el cielo empíreo la tierra juntamente, para formar en su centro el infierno; porque en aquel instante que fue creada, por la divina disposición quedaron en medio de este globo cavernas muy profundas y dilatadas, capaces para infierno, limbo y purgatorio; y en el infierno, al mismo tiempo fue creado fuego material y las demás cosas que allí sirven ahora de pena a los condenados.

Había de dividir luego el Señor la luz de las tinieblas y llamar a la luz día y a las tinieblas noche; y no sólo sucedió esto entre la noche y día naturales, pero entre los ángeles buenos y malos, que a los buenos dio la luz eterna de su vista, y la llamó día, y día eterno; y a los malos llamó noche del pecado y fueron arrojados en las eternas tinieblas del infierno; para que todos entendamos cuan juntas anduvieron la liberalidad misericordiosa de creador y vivificador y la justicia de rectísimo juez en el castigo.

Fueron los ángeles creados en el cielo empíreo y en gracia, para que con ella precediera el merecimiento al premio de la gloria; que aunque estaban en el lugar de ella, no se les había mostrado la divinidad cara a cara y con clara noticia, hasta que con la gracia lo merecieron los que fueron obedientes a la voluntad divina.
 Y así estos Ángeles Santos, como los demás apóstatas, duraron muy poco en el primer estado de viadores; porque la creación, estado y término, fueron en tres estancias o mórulas divididas con algún intervalo en tres instantes.

 En el primero fueron todos creados y adornados con gracia y dones, quedando hermosísimas y perfectas criaturas. 


A este instante se siguió una mórula, en que a todos les fue propuesta e intimada la voluntad de su Creador, y se les puso ley y precepto de obrar, reconociéndole por supremo Señor, y para que cumpliesen con el fin para que los había creado.


En esta mórula, estancia o intervalo sucedió entre san Miguel y sus ángeles, con el dragón y los suyos, aquella gran batalla que dice San Juan en el cap. 12 del Apocalipsis (V., 7); y los buenos ángeles, perseverando en gracia, merecieron la felicidad eterna y los inobedientes, levantándose contra Dios, merecieron el castigo que tienen. 

Y aunque en esta segunda mórula pudo suceder todo muy brevemente, según la naturaleza angélica y el poder divino, pero entendí que la piedad del Altísimo se detuvo algo y con algún intervalo les propuso el bien y el mal, la verdad y falsedad, lo justo y lo injusto, su gracia y amistad y la malicia del pecado y enemistad de Dios, el premio y el castigo eterno y la perdición para Lucifer y los que le siguiesen; y les mostró Su Majestad el infierno y sus penas y ellos lo vieron todo, que en su naturaleza tan superior y excelente todas las cosas se pueden ver, como ellas son en sí mismas, siendo creadas y limitadas; de suerte que, antesde caer de la gracia, vieron claramente el lugar del castigo.

Y aunque no conocieron por este modo el premio de la gloria, pero tuvieron de ella otra noticia y la promesa manifiesta y expresa del Señor, con que el Altísimo justificó su causa y obró con suma equidad y rectitud.
Y porque toda esta bondad y justificación no bastó para detener a Lucifer y a sus secuaces, fueron, como pertinaces, castigados y lanzados en el profundo de las cavernas infernales y los buenos confirmados en gracia y gloria eterna. 
Y esto fue todo en el tercer instante, en que se conoció de hecho que ninguna criatura, fuera de Dios, es impecable por naturaleza; pues el ángel, que la tiene tan excelente y la recibió adornada con tantos dones de ciencia y gracia, al fin pecó y se perdió. ¿Qué hará la fragilidad humana, si el poder divino no la defiende y si ella obliga a que la desampare?

Resta de saber el motivo que tuvieron en su pecado Lucifer y sus confederados —que es lo que voy buscando— y de qué tomaron ocasión para su inobediencia y caída.
Y en esto entendí que pudieron cometer muchos pecados secundumreatum, aunque no cometieron los actos de todos; pero de los que cometieron con su depravada voluntad, les quedó hábito para todos los malos actos, induciendo a otros, y aprobando el pecado, que por sí mismos no podían obrar.
Y según el mal afecto que de presente tuvo entonces Lucifer, incurrió en desordenadísimo amor de sí mismo; y le nació de verse con mayores dones y hermosura de naturaleza y gracias que los otros ángeles inferiores.

 En este conocimiento se detuvo demasiado; y el agrado que de sí mismo tuvo le retardó y entibió en el agradecimiento que debía a Dios, como a causa única de todo lo que había recibido.

Y volviéndose a remirar, agradóse de nuevo de su hermosura y gracias y adjudícoselas y amólas como suyas; y este desordenado afecto propio no sólo le hizo levantarse con lo que había recibido de otra superior virtud, pero también le obligó a envidiar y codiciar otros dones y excelencias ajenas que no tenía. Y porque no las pudo conseguir, concibió mortal odio e indignación contra Dios, que de nada le había creado, y contra todas sus criaturas.

De aquí se originaron la desobediencia, presunción, injusticia, infidelidad, blasfemia y aun casi alguna especie de idolatría, porque deseó para sí la adoración y reverencia debida a Dios.


Blasfemó de su divina grandeza y santidad, faltó a la fe y lealtad que debía, pretendió destruir todas las criaturas y presumió que podría todo esto y mucho más; y así siempre su soberbia sube (Sal., 73, 23) y persevera, aunque su arrogancia es mayor que su fortaleza (Is., 16, 6), porque en ésta no puede crecer y en el pecado un abismo llama a otro abismo (Sal., 41, 8).

El primer ángel que pecó fue Lucifer, como consta del capítulo 14 de Isaías (Is., 14, 12), y éste indujo a otros a que le siguiesen; y así se llama príncipe de los demonios, no por naturaleza, que por ella no pudo, tener este título, sino por la culpa.



Y no fueron los que pecaron de solo un orden o jerarquía, sino de todas cayeron muchos.

 Y para manifestar, como se me ha mostrado, qué honra y excelencia fue la que con soberbia apeteció y envidió Lucifer, advierto que, como en las obras de Dios hay equidad, peso y medida (Sab., 11, 21), antes que los ángeles se pudiesen inclinar a diversos fines, determinó su providencia manifestarles inmediatamente después de su creación el fin para que los había creado de naturaleza tan alta y excelente.

 Y de todo esto tuvieron ilustración en esta manera:
 Lo primero, tuvieron inteligencia muy expresa del ser de Dios, uno en sustancia y trino en personas, y recibieron precepto de que le adorasen y reverenciasen como a su Creador y Sumo Señor, infinito en su ser y atributos.
A este mandato se rindieron todos y obedecieron, pero con alguna diferencia; porque los ángeles buenos obedecieron por amor y justicia, rindiendo su afecto de buena voluntad, admitiendo y creyendo lo que era sobre sus fuerzas y obedeciendo con alegría; pero Lucifer se rindió por parecerle ser lo contrario imposible.

Y no lo hizo con caridad perfecta, porque dividió la voluntad en sí mismo y en la verdad infalible del Señor; y esto le hizo que el precepto se le hiciese algo violento y dificultoso y no cumplirle con afecto lleno de amor y justicia; y así se dispuso para no perseverar en él.
Y aunque no le quitó la gracia esta remisión y tibieza en obrar estos primeros actos con dificultad, pero de aquí comenzó su mala disposición, porque tuvo alguna debilidad y flaqueza en la virtud yespíritu y su hermosura no resplandeció como debía.

 Y, a mi parecer, el efecto que hizo en Lucifer esta remisión y dificultad fue semejante al que hace en el alma un pecado venial advertido; pero no afirmo que pecó venial ni mortalmente entonces, porque cumplió el precepto de Dios; mas fue remiso e imperfecto este cumplimiento y más por compelerle la fuerza de la razón que por amor y voluntad de obedecer; y así se dispuso a caer.
En segundo lugar, les manifestó Dios había de crear una naturaleza humana y criaturas racionales inferiores, para que amasen, temiesen y reverenciasen a Dios, como a su autor y bien eterno, y que a esta naturaleza había de favorecer mucho; y que la segunda persona de la mismaTrinidad Santísima se había de humanar y hacerse hombre, levantando a la naturaleza humana a la unión hipostática y Persona Divina, y que a aquel supuesto hombre y Dios habían de reconocer por Cabeza, no sólo en cuanto Dios, pero juntamente en cuanto hombre, y le habían de reverenciar y adorar; y que los mismos Ángeles habían de ser sus inferiores en dignidad y gracias y sus siervos.



 Y les dio inteligencia de la conveniencia y equidad, justicia y razón, que en esto había; porque la aceptación de los merecimientos previstos de aquel hombre y Dios les había merecido la gracia que poseían y la gloria que poseerían; y que para gloria de él mismo habían sido creados ellos y todas las otras criaturas lo serían, porque a todas había de ser superior; y todas las que fuesen capaces de conocer y gozar de Dios, habían de ser pueblo y miembros de aquella cabeza, para reconocerle y reverenciarle.
 Y de todo esto se les dio luego mandato a los ángeles.
A este precepto todos los obedientes y santos ángeles se rindieron y prestaron asenso y obsequio con humilde y amoroso afecto de toda su voluntad; pero Lucifer con soberbia y envidia resistió y provocó a los ángeles, sus secuaces, a que hicieran lo mismo, como de hecho lo hicieron, siguiéndole a él y desobedeciendo al divino mandato.

Persuadióles el mal Príncipe que sería su cabeza y que tendrían principado independiente y separado de Cristo. 


Tanta ceguera pudo causar en un ángel la envidia y soberbia y un afecto tan desordenado, que fuese causa y contagio para comunicar a tantos el pecado.


Aquí fue la gran batalla, que San Juan dice (Ap., 12, 7) sucedió en el cielo; porque los Ángeles obedientes y Santos, con ardiente celo de defender la gloria del Altísimo y la honra del Verbo humanado previsto, pidieron licencia y como beneplácito al Señor para resistir y contradecir al dragón, y les fue concedido este permiso. 


Pero sucedió en esto otro misterio:
 Que cuando se les propuso a todos los ángeles habían de obedecer al Verbo humanado, se les puso otro tercero precepto, de que habían de tener juntamente por superiora a una mujer, en cuyas entrañas tomaría carne humana este Unigénito del Padre; y que esta mujer había de ser su Reina y de todas las criaturas y que se había de señalar y aventajar a todas, angélicas y humanas, en los dones de gracia y gloria.
Los buenos ángeles, en obedecer este precepto del Señor, adelantaron y engrandecieron su humildad y con ella le admitieron y alabaron el poder y sacramentos del Altísimo; pero Lucifer y sus confederados, con este precepto y misterio, se levantaron a mayor soberbia y desvanecimiento; y con desordenado furor apeteció para sí la excelencia de ser cabeza de todo el linaje humano y órdenes angélicos y que, si había de ser mediante la unión hipostática*, fuese con él.  

* Hipostática: La unión Dios-Hombre.

Y en cuanto al ser inferior a la Madre del Verbo humanado y Señora nuestra, lo resistió con horrendas blasfemias, convirtiéndose en desbocada indignación contra el Autor de tan grandes maravillas; y provocando a los demás, dijo este dragón:

 Injustos son estos preceptos y a mi grandeza se le hace agravio; y a esta naturaleza, que tú, Señor, miras con tanto amor y propones favorecerla tanto, yo la perseguiré y destruiré y en esto emplearé todo mi poder y cuidado.

Y a esta mujer, Madre del Verbo, la derribaré del estado en que la prometes poner y a mis manos perecerá tu intento.

Este soberbio desvanecimiento enojó tanto al Señor, que humillando a Lucifer le dijo:

 Esta mujer, a quien no has querido respetar, te quebrantará la cabeza (Gén., 3, 15) y por ella serás vencido y aniquilado.

Y si por tu soberbia entrare la muerte en el mundo (Sab., 2, 24), por la humildad de esta mujer entrará la vida y la salud de los mortales; y de su naturaleza y especie de estos dos gozarán el premio y coronas que tú y tus secuaces habéis perdido.

—Y a todo esto replicaba el dragón con indignada soberbia contra lo que entendía de la divina voluntad y sus decretos; amenazaba a todo el linaje humano.
Y los ángeles buenos conocieron la justa indignación del Altísimo contra Lucifer y los demás apostatas y con las armas del entendimiento, de la razón y verdad peleaban contra ellos.

Obró aquí el Todopoderoso otro misterio maravilloso:
Que habiéndoles manifestado por inteligencia a todos los ángeles el sacramento grande de la unión hipostática, les mostró a la Virgen Santísima en una señal o especie, al modo de nuestras visiones imaginarias, según nuestro modo de entender.


 Y así les dio a conocer y representó la humana naturaleza pura en una mujer perfectísima, en quien el brazo poderoso del Altísimo había de ser más admirable que en todo el resto de las criaturas, porque en ella depositaba las gracias y dones de su diestra en grado superior y eminente.

 Esta señal y visión de la Reina del cielo y Madre del Verbo humanado fue notoria y manifiesta a todos los ángeles buenos y malos.



Y los buenos a su vista quedaron en admiración y cánticos de alabanza y desde entonces comenzaron a defender la honra de Dios humanado y su Madre Santísima, armados con este ardiente celo y con el escudo inexpugnable de aquella señal.

Y, por el contrario, el dragón y sus aliados concibieron implacable furor y saña contra Cristo y su Madre santísima; y sucedió todo lo que contiene el cap. 12 del Apocalipsis, cuya declaración, como se me ha dado, pondré en el que se sigue.

CAPITULO 8
Que prosigue el discurso de arriba con la explicación del capítulo 12 del Apocalipsis.
 La letra de este capítulo del Apocalipsis dice:
 Apareció en el cielo una gran señal, una mujer cubierta del sol y debajo de sus pies la luna y una corona de doce estrellas en su cabeza; y estaba preñada y pariendo daba voces y era atormentada para parir.



  
Y fue vista otra señal en el cielo, y viose un dragón grande rojo, que tenía siete cabezas y diez cuernos y siete diademas en sus cabezas; y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó en la tierra; y él dragón estuvo delante de la mujer, que había de parir, para que en pariendo se tragase el hijo.
Y parió un hijo varón, que había de regir las gentes con vara de hierro; y fue arrebatado su hijo para Dios y para su trono, y la mujer huyó a la soledad, donde tenía lugar aparejado por Dios, para que allí la alimenten mil doscientos y sesenta días.
Y sucedió una gran batalla en el cielo:
Miguel y sus ángeles peleaban con el dragón y peleaba el dragón y sus ángeles; y no prevalecieron y de allí adelante no se halló lugar suyo en el cielo.
 Y fue arrojado aquel dragón, serpiente antigua que se llama diablo y Satanás, que engaña a todo el orbe; y fue arrojado en la tierra y sus ángeles fueron enviados con él. 

Y oí una gran voz en el cielo, que decía:

Ahora ha sido hecha la salud y la virtud y el reino de nuestro Dios y la potestad de su Cristo; porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, que los acusaba ante nuestro Dios de día y de noche.

Y ellos le han vencido por la sangre del Cordero y palabras de sus testimonios y pusieron sus almas hasta la muerte.

Por esto os alegrad, cielos, y los que habitáis en ellos.

 ¡Ay de la tierra y mar, porque a vosotros ha bajado el diablo, que tiene grande ira, sabiendo que tiene poco tiempo!
Y después que vio el dragón cómo era arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que parió el hijo varón; y fuéronle dadas a la mujer alas de una grande águila, para que volase al desierto a su lugar, donde es alimentada por tiempo y tiempos y la mitad del tiempo fuera de la cara de la serpiente.
Y arrojó la serpiente de su boca tras de la mujer agua como un río.
 Y la tierra ayudó a la mujer y abrió la tierra su boca y sorbió al río que arrojó el dragón de su boca.
Y el dragón se indignó contra la mujer y fuese para hacer guerra a los demás de su generación, que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo. Y estuvo sobre la arena del mar (Ap., 12, 1-18).
Hasta aquí es la letra del evangelista.
Y habla de presente, porque entonces se le mostraba la visión de lo que ya había pasado, y dice:

Apareció en el cielo una gran señal, una mujer cubierta del sol y debajo de sus pies la luna y coronada la cabeza con doce estrellas.

 Esta señal apareció verdaderamente en el cielo por voluntad de Dios, que, se la propuso manifiesta a los buenos y malos ángeles, para que a su vista determinasen sus voluntades a obedecer los preceptos de su beneplácito; y así la vieron antes que los buenos se determinasen al bien y los malos al pecado; y fue como señal de cuán admirable había de ser Dios en la fábrica de la humana naturaleza.
 Y aunque de ella les había dado a los ángeles noticia, revelándoles el misterio de la unión hipostática, pero quiso manifestársela por diferente modo en pura criatura y en la más perfecta y santa que, después de Cristo nuestro Señor, había de crear.


Y también fue como señal para que los buenos ángeles se asegurasen que por la desobediencia de los malos, aunque Dios quedaba ofendido, no dejaría de ejecutar el decreto de crear a los hombres; porque el Verbo humanado y aquella mujer Madre suya le obligarían infinito más que los inobedientes ángeles podían desobligarle.
 Fue también como arco en el cielo —a cuya semejanza se pondría el de las nubes después del diluvio (Gén., 9, 13)
— para que asegurase que, si los hombres pecasen como los ángeles y fuesen inobedientes, no serían castigados como ellos sin remisión, pero que les daría saludable medicina y remedio por medio de aquella maravillosa señal.
 Y fue como decirles a los ángeles:

No castigaré yo de esta manera a las criaturas que he de crear, porque de la naturaleza humana descenderá esta mujer en cuyas entrañas tomará carne mi Unigénito, que será el restaurador de mi amistad y apaciguará mi justicia y abrirá el camino de la felicidad, que cerrará la culpa.

En testimonio de esto, el Altísimo, a la vista de aquella señal, después que los ángeles inobedientes fueron castigados, se mostró a los buenos ángeles como desenojado y aplacado de la ira que la soberbia de Lucifer le había ocasionado y, a nuestro entender, se recreaba con la presencia de la Reina del cielo, representada en aquella imagen; dando a entender a los ángeles santos que pondría en los hombres, por medio de Cristo y su Madre, la gracia y dones que los apostatas por su rebeldía habían perdido. 

Tuvo también otro efecto aquella gran señal en los ángeles buenos, que como de la porfía y contienda con Lucifer estaban, a nuestro modo de entender, como afligidos y contristados y, casi turbados, quiso el Altísimo que con la vista de aquella señal se alegrasen y con la gloria esencial se les acrecentase este gozo accidental, merecido también con su victoria contra Lucifer; y viendo aquella vara de clemencia, que se les mostraba en señal de paz (Est., 4, 11), conociesen luego que no se entendía con ellos la ley del castigo, pues habían obedecido a la divina voluntad y a sus preceptos. 


Entendieron asimismo los Santos Ángeles en esta visión mucho de los misterios y sacramentos de la encarnación que en ella se encerraban y de la Iglesia militante y sus miembros; y que habían de asistir y ayudar al linaje humano, guardando a los hombres y defendiéndolos de sus enemigos y encaminándolos a la eterna felicidad, y que ellos mismos la recibían por los merecimientos del Verbo humanado; y que los había preservado Su Majestad en virtud del mismo Cristo, previsto en su mente divina.


 Y como todo esto fue de grande alegría y gozo para los buenos ángeles, fue también de grande tormento para los malos y como principio y parte de su castigo, que luego conocieron, de lo que no se habían aprovechado, y que aquella mujer los había de vencer y quebrantar la cabeza (Gén., 3, 15).
Todos estos misterios, y muchos que no puedo explicar, comprendió el evangelista en este capítulo y más en esta señal grande; aunque lo refiere en oscuridad y enigma, hasta que llegase el tiempo.
El sol, de que dice estaba cubierta la mujer, es el Sol verdadero de justicia; para que los ángeles entendiesen la voluntad eficaz del Altísimo, que siempre quería y determinaba asistir por gracia en esta mujer, hacerla sombra y defenderla con su invencible brazo y protección.
Tenía debajo de los pies la luna, porque en la división que hacen estos dos planetas del día y noche, la noche de la culpa, significada en la luna, había de quedar a sus pies, y el sol, que es el día de la gracia, había de vestirla toda eternamente; y también, porque los menguantes de la gracia, que tocan a todos los mortales, habían de estar debajo de los pies y nunca podrían subir al cuerpo y alma, que siempre habían de estar en crecientes sobre todos los hombres y ángeles; y sola ella había de ser libre de la noche y menguantes de Lucifer y de Adán, que siempre los hollaría, sin que pudiesen prevalecer contra ella.
Y como vencidas todas las culpas y fuerzas del pecado original y actual, se las pone el Señor en los pies en presencia de todos los ángeles, para que los buenos la conozcan y los malos —aunque no todos los misterios de la visión alcanzaron— teman a esta Mujer, aun antes que tenga ser.
 La corona de doce estrellas, claro está, son todas las virtudes que habían de coronar a esta Reina de los cielos y tierra; pero el misterio de ser doce fue por las doce tribus de Israel, adonde se reducen todos los electos y predestinados, como los señala el evangelista en el cap. 7 del Apocalipsis (Ap., 7, 4-8). Y porque todos los dones, gracias y virtudes de todos los escogidos habían de coronar a su Reina en grado superior y eminente exceso, se le pone la corona de doce estrellas sobre su cabeza.

Estaba preñada, porque en presencia de todos los ángeles, para alegría de los buenos y castigo de los malos que resistían a la divina voluntad y a estos misterios, se manifestase que toda la santísima Trinidad había elegido a esta maravillosa mujer por Madre del Unigénito del Padre.

Y como esta dignidad de Madre del Verbo era la mayor y principio y fundamento de todas las excelencias de esta gran Señora y de esta señal, por eso se les propone a los ángeles como depósito de toda la Santísima Trinidad, en la Divinidad y Persona del Verbo humanado; pues, por la inseparable unión y existencia de las personas por la indivisible unidad, no pueden dejar de estar todas tres personas donde está cada una, aunque sola la del Verbo era la que tomó carne humana y de ella sola estaba preñada.
Y pariendo daba voces; porque si bien la dignidad de esta Reina y este misterio había de estar al principio encubierto, para que naciese Dios pobre y humilde y disimulado, pero después dio este parto tan grandes voces, que el primer eco hizo turbar y salir de sí al rey Herodes y a los Magos obligó a desamparar sus casas y patrias para venir a buscarle; unos corazones se turbaron y otros con afecto interior se movieron (Mt., 2, 1-3).

Y creciendo el fruto de este parto, desde que fue levantado en la cruz (Jn., 12, 32) dio tan grandes voces, que se han oído desde el oriente al poniente y desde el septentrión al mediodía (Rom., 10, 18).
Tanto se oyó la voz de esta Mujer, que dio, pariendo, la Palabra del Eterno Padre. Y era atormentada para  parir. 

No dice esto porque había de parir con dolores, que esto no era posible en este parto Divino, sino porque fue gran dolor y tormento para esta Madre que, en cuanto a la humanidad, saliese del secreto de su virgíneo vientre aquel cuerpecito divinizado, para padecer y sujeto a satisfacer al Padre por los pecados del mundo y pagar lo que no había de cometer (Sal., 68., 5); que todo esto conocería y conoció la Reina por la ciencia de las Escrituras; y, por el natural amor de tal Madre a tal Hijo, naturalmente lo había de sentir, aunque conforme con la voluntad del Eterno Padre.
También se comprende en este tormento el que había de padecer la Madre Piadosísima conociendo los tiempos que había de carecer de la presencia de su tesoro, desde que saliese de su tálamo virginal; que si bien en cuanto a la divinidad le tenía concebido en el alma, pero en cuanto a la humanidad Santísima había de estar mucho tiempo sin él y era Hijo solo suyo.
Y aunque el Altísimo había determinado hacerla exenta de la culpa, pero no de los trabajos y dolores correspondientes al premio que le estaba aparejado; y así fueron los dolores de este parto (Gén., 3, 16), no efectos del pecado como en las descendientes de Eva, sino del intenso y perfecto amor de esta Madre divina a su único y Santísimo Hijo. 


Y todos estos sacramentos fueron para los Santos Ángeles motivo de alabanza y admiración y para los malos principio de su castigo.

 Y fue vista en el cielo otra señal:
Viose un dragón grande y rojo, que tenía siete cabezas y diez cuernos y siete diademas en sus cabezas; y con la cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó en la tierra.
Después de lo que está dicho, se siguió el castigo de Lucifer y sus aliados. 

Porque a sus blasfemias contra aquella señalada mujer, se siguió la pena de hallarse convertido de ángel hermosísimo en dragón fiero y feísimo, apareciendo también la señal sensible y exterior figura.
Y levantó con furor siete cabezas, que fueron siete legiones o escuadrones, en que se dividieron todos los que le siguieron y cayeron; y a cada principado o congregación de éstas le dio su cabeza, ordenándoles que pecasen y tomasen por su cuenta incitar y mover a los siete pecados mortales, que comúnmente se llaman capitales, porque en ellos se contienen los demás pecados y son como cabezas de los bandos que se levantan contra Dios.
Estos son: Soberbia, Envidia, avaricia, Ira, Lujuria, Gula Y pereza;
Que fueron las siete diademas con que Lucifer convertido en dragón fue coronado, dándole el Altísimo este castigo y habiéndolo negociado él, como premio de su horrible maldad, para sí y para sus ángeles confederados; que a todos fue señalado castigo y penas correspondientes a su malicia y haber sido autores de los siete pecados capitales.

 Los diez cuernos de las cabezas son los triunfos de la iniquidad y malicia del dragón y la glorificación, y exaltación arrogante y vana que él se atribuye a sí mismo en la ejecución de los vicios.
 Y con estos depravados afectos, para conseguir el fin de su arrogancia, ofreció a los infelices ángeles su depravada y venenosa amistad y fingidos principados, mayorías y premios.


 Y estas promesas, llenas de bestial ignorancia y error, fueron la cola con que el dragón arrastró la tercera parte de las estrellas del cielo; que los ángeles estrellas eran y, si perseveraran, lucieran después con los demás ángeles y justos, como el sol, en perpetuas eternidades (Dan., 12, 3); pero arrojólos(Jds., 1, 6) el castigo merecido en la tierra de su desdicha hasta el centro de ella, que es el infierno, donde carecerán eternamente de luz y de alegría.

Y el dragón estuvo delante de la mujer, para tragarse al hijo que pariese.
La soberbia de Lucifer fue tan desmedida que pretendió poner su trono en las alturas (Is., 14, 13-14) y con sumo desvanecimiento dijo en presencia de aquella señalada mujer:
Ese hijo, que ha de parir esa mujer, es de inferior naturaleza a la mía; yo le tragaré y perderé y contra él levantaré bando que me siga; y sembraré doctrinas contra sus pensamientos y leyes que ordenare; y le haré perpetua guerra y contradicción.
 Pero la respuesta del altísimo Señor fue, que aquella mujer había de parir un hijo varón que había de regir las gentes con vara de hierro. Y este varón, añadió el Señor, será no sólo hijo de esta mujer, sino también Hijo mío, hombre y Dios Verdadero, y fuerte, que vencerá tu soberbia y quebrantará tu cabeza.

Será para ti, y para todos los que te oyeren y siguieren, juez poderoso, que te mandará con vara de hierro (Sal., 2, 9) y desvanecerá todos tus altivos y vanos pensamientos.
Y será este hijo arrebatado a mi trono, donde se asentará a mi diestra y juzgará, y le pondré a sus enemigos por peana de sus pies (Sal., 109., 1), para que triunfe de ellos; y será premiado como hombre justo y que, siendo Dios, ha obrado tanto por sus criaturas; y todos le conocerán y darán reverencia y gloria (Ap., 5, 13); y tú, como el más infeliz, conocerás cuál es el día de la ira (Sof.,1, 15) del Todopoderoso; y esta mujer será puesta en la soledad, donde tendrá lugar aparejado por mí. 


Esta soledad adonde huyó esta mujer, es la que tuvo nuestra gran Reina siendo única y sola en la suma santidad y exención de todo pecado; porque, siendo mujer de la común naturaleza de los mortales, sobrepujó a todos los ángeles en la gracia y dones y merecimientos que con ellos alcanzó.

Y así huyó y se puso en una soledad entre las puras criaturas, que es única y sin semejante en todas ellas; y fue tan lejos del pecado esta soledad, que el dragón no pudo alcanzarla de vista, ni desde su concepción la pudo divisar. 

Y así la puso el Altísimo sola y única en el mundo, sin comercio ni subordinación a la serpiente, antes, con aseguración y como firme protesta, determinó y dijo:

 Esta mujer, desde el instante que tenga ser, ha de ser mi escogida y única para mí; yo la eximo desde ahora de la jurisdicción de sus enemigos y la señalo un lugar de gracia eminentísimo y solo, para que allí la alimenten mil doscientos y sesenta días.
—Este número de días había de estar la Reina del cielo en un estado altísimo de singulares beneficios interiores y espirituales y mucho más admirables y memorables; y esto fue en los últimos años de su vida, como en su lugar con la divina gracia diré (Cf. Infra p. III, Libro VIII, cap. 8 y 11) Y en aquel estado fue alimentada tan divinamente, que nuestro entendimiento es muy limitado para conocerlo.
Y porque estos beneficios fueron como fin adonde se ordenaban los demás de la vida de la Reina del cielo y el remate de ellos, por eso fueron señalados estos días determinadamente por el evangelista.

Dijo Dios:
Sea hecha la luz, y fue hecha la luz; porque no habla sólo de la luz material, sino, también de las luces angélicas o intelectuales.