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lunes, 8 de febrero de 2016

Francisco y sus hermanos judíos

“Hoy hace 75 años tuvo lugar la denominada “Noche de los cristales”: la violencia de la noche entre el 9 y el 10 de noviembre de 1938 contra los judíos, las sinagogas, las casas, marcaron un triste paso hacia la tragedia de la Shoah. Renovemos nuestro apoyo y solidaridad con el pueblo judío, nuestros hermanos mayores. Y roguemos a Dios para que la memoria del pasado, el recuerdo de los pecados pasados nos ayude a prestar atención siempre contra toda forma de odio e intolerancia” (Angelus – Ciudad del Vaticano, 11 noviembre 2013).
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Esta es la falsedad que transmite Francisco al mundo y a la Iglesia.
Francisco se centra en un hecho histórico pero sin decir la Verdad de ese acontecimiento.
No dice la Verdad de la razón de esa matanza a los judíos y no dice la Verdad del régimen nazi.
Sólo recuerda un hecho que, para la mayoría de los hombres, no le interesa en absoluto. Como este hecho hay muchos desde que el hombre fue creado por Dios. Desde Caín y Abel, esto siempre se repite en toda la historia de los hombres.
Y cuando desde la Silla de Pedro se hace esta proclama entonces se engaña al mundo y a la Iglesia.
Pedro tiene que juzgar a los hombres y, por tanto, no hacer acepción de personas, como aquí lo hace Francisco.
Francisco no es Papa. Y, por tanto, Francisco no tiene derecho a hablar ni de los judíos ni de los nazis desde la Silla de Pedro. Si lo hace es sólo para confundir, porque interesa transmitir este mensaje, tanto al mundo como a la Iglesia.
Los judíos tienen que entrar en la Iglesia. Es lo que persigue Francisco.
Los judíos son los hermanos de Francisco, pero no son miembros de la Iglesia, no son hermanos para la Iglesia. Son enemigos declarados para la Iglesia. La Iglesia no quiere a los judíos hasta que no quiten su pecado, que fue matar al Hijo de Dios y no arrepentirse de ese pecado. Llevan ya 20 siglos viviendo su pecado, que es esperar a Su Mesías, que será el Anticristo para muchos de ellos.
El Anticristo es un judío que se proclama a sí mismo el Mesías, el Salvador del mundo. Este es el fruto de haber matado al Mesías y de no haberse arrepentirse de ese pecado: que de esa raza judía salga el Anticristo.
Francisco se esfuerza para que la Iglesia acepte como hermanos a los judíos. Y los judíos, igual que las demás iglesias, no son hermanos, sino enemigos de la Iglesia Católica. Y hay que amarlos como enemigos, no como amigos. Y, por tanto, hay que recordarles su pecado siempre, constantemente, que es lo que no hace Francisco, porque no hay pecado para él. Sólo hay errores, una forma de odio y de violencia entre los hombres.

Si los nazis mataron a los judíos es por causa de ellos mismos, de los judíos. No es por causa de nadie más. El pecado de los nazis es un pecado, en Dios, distinto al pecado de los judíos.
El pecado de los judíos es el pecado de Caín. En este pecado se simboliza lo que les pasa a los judíos siempre: “Maldito serás de la tierra, que abrió su boca para recibir de mano tuya la sangre de tu hermano. Cuando labres la tierra, no te dará sus frutos, y andarás por ella fugitivo y errante” (Gn 4, 7).
Los judíos mataron a su hermano de sangre Jesús y, por tanto, son malditos. Y aunque se ganen la vida, siempre tendrán que irse de ese lugar y buscar otro. Si no lo hacen, Dios pondrá un pueblo para hacerlo, como fueron los nazis.
Si no se lee así la historia, con los ojos divinos, entonces todo consiste en llorar lágrimas por los judíos y aborrecer a los nazis, que es lo que enseña Francisco. Francisco no enseña a amar a los nazis, sino que sólo le interesa poner el amor a los judíos.
Ni hay que llorar por la matanza de los judíos a mano de los nazis, por la maldición que tiene ese pueblo, ni hay que aborrecer a los nazis, porque cumplieron la Justicia Divina, que siempre Dios la obra a través del demonio y de los hombres en pecado.
Si esto no lo enseña Francisco, entonces está engañando a todo el mundo, que es lo único que le interesa a Francisco.
A la Iglesia lo que le importa contemplar es la acción de Dios en Ella y la acción de Dios en el mundo. Saber discernir eso en el Espíritu.
A la Iglesia no le interesa contar batallitas entre hombres, entre pueblos, como lo hace Francisco.
Para Francisco en la historia de los hombres no aparece Dios, sino sólo hechos históricos que hay que leerlos con la cabeza de cada uno, hay que entenderlos según la idea filosófica que cada uno se invente. No hay nada divino en la historia de los hombres, y, por eso, se esfuerza por hacer entender a la Iglesia que debe abrirse a los judíos y recordar que son también hermanos porque son hombres.
Y desde Jesús ya no hay hombres. Sólo hay o hijos de Dios o hijos del demonio.
Los judíos son hijos del demonio. Hay que llamar a las cosas por su nombre: son “malditos”. Y una maldición divina hace la raza de Caín maldita, es decir, sin posibilidad de ser hijo de Dios.
Los judíos provienen de Caín y de Abel. Los fariseos, los saduceos, los escribas provienen espiritualmente de Caín. Jesús proviene espiritualmente de Abel.
La generación en Dios no hay que tomarla de forma humana o carnal, sino espiritual. Desde Abel y Caín hay dos generaciones espirituales en el mundo: Dios y el demonio. Las almas que siguen a Dios y las almas que siguen al demonio.
Y, desde Jesús, hay dos filiaciones: los hijos de Dios y los hijos del demonio. Los hijos de los hombres no interesan para nada. Los hombres o son de Dios o son del demonio.
Y es claro que los judíos son hijos del demonio y, por tanto, no son miembros de la Iglesia Católica porque sólo los hijos de Dios pertenecen a la Iglesia. Y los hijos de Dios no son sólo por el Bautismo, sino también por el Sacerdocio de Cristo en la Iglesia.
Lo que hicieron los nazis es una cuestión de la Justicia Divina, y sólo en Ella se puede entender toda la Segunda Guerra Mundial. Si esta guerra sólo se la contempla desde los hechos humanos, entonces nadie entiende nada de esa guerra.
Los nazis hicieron su papel con los judíos. Y, una vez, hecho, la guerra se acabó. Porque la segunda guerra era acabar con los nazis. Y, ¿de qué forma? Que ellos exterminaran a los judíos. Y esto por la Justicia Divina, para señalar dos cosas a los hombres:
a. de los nazis viene la opresión a todos los hombres;
b. de los judíos viene el Anticristo.
Los nazis representan, no al pueblo alemán, sino al hombre que se ha puesto por encima de Dios. Ese es el espíritu del nazismo. Es un humanismo llevado al ocultismo. En ese humanismo está el poder del demonio para matar a los hombres. Para eso sirve el nazi: para aniquilar a través del odio y de la violencia.
El nazi es un engendro del demonio en la historia de los hombres. Y el nacismo volverá de nuevo en la última etapa del anticristo.
Dios enseña al hombre cómo se aniquila esa estirpe del demonio, que sólo mata por matar, por el placer de matar, que eso es el espíritu demoniaco: el placer de llevar a las almas a la condenación.
Y sólo se puede aniquilar a un pueblo -con el ideal de matar- con una guerra entre hombres. Por eso, viene la tercera guerra mundial, porque viene un pueblo que quiere aniquilarlo todo de la faz de la tierra. Un pueblo que se ha puesto por encima de Dios y que se llama a sí mismo dios.
Y las guerras son sólo la consecuencia del enfrentamiento entre dos bandos: los hijos de Dios y los hijos del demonio. No es el enfrentamiento entre hombres, porque ya, después de Jesús, no hay hombres, no puede haberlos. Por eso, la vida espiritual es una batalla de espíritus y sólo de espíritus.
Por eso, Francisco dice todas estas cosas porque le conviene decirlas, no por amor a los judíos, ni por amor a la Iglesia, ni por amor a la verdad.
Está obligado por la masonería a decir todas estas cosas. Es su trabajo en la Iglesia, es su obra de teatro en la Iglesia. Y, por eso, la Iglesia tiene el deber de atacar a Francisco si quiere seguir siendo Iglesia.
Como la Iglesia no hace esto, sino que se deja embaucar por las fauces de ese lobo, la Iglesia va a tener su merecido castigo muy pronto.
Aplaudís a un caudillo, que es otro nazi, entonces daréis culto al demonio dentro de la Iglesia. Es la consecuencia. Cada uno tiene en la vida lo que busca.
El culto a Dios desparece ya de la Iglesia, porque sólo ha quedado el culto al demonio, que representa Francisco en la Silla de Pedro.
Ahí tienen la cara del demonio en el que es, para muchos, el líder indiscutible de la verdad en la Iglesia y en el mundo. Y es sólo un pobre hombre que no sabe nada de la verdad, ni en el mundo ni en la Iglesia.

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